domingo, 19 de enero de 2014

LEYENDAS MEXICANAS

LEYENDAS MEXICANAS


EL LEÓN DEL SEÑOR SAN JERÓNIMO
Se cuenta que el Señor San Jerónimo, santo patrón de este lugar, tenía un león a su lado; pero la ciudadanía de aquel entonces, empezó a preguntarse el por qué; ya que esto no era correcto en su papel de patrono de pueblo. Unos afirmaban que debía tenerlo, otros que no, en fin, se pusieron de acuerdo y se lo quitaron.
No se sabe si fue la fe, la superstición o el temor por habérselo quitado, pero se dice que después de algunos días empezó a escucharse el rugido de un león por las noches, y al amanecer se encontraban los restos de animales como perros, borregos, becerros y hasta burros, como indicio de que dicho animal los mataba y se los comía.
Ya la gente no salía cuando empezaba a obscurecer, todo mundo atrancaba las puertas por temor a que el animal entrara a sus casas.
Cuenta un sacristán, que estuvo durante 60 años en este oficio, que él dormía en una pieza que está junto al curato de la Parroquia y que hasta allí oía rugidos del león todas las noches.
Otras personas dicen que era un monstruo que salía de los túneles que se cree tiene el subsuelo de la cabecera municipal, pero sea como fuese, el caso es que a diario aparecía un animal muerto.
Los que le quitaron el león a San Jerónimo, se reunieron y acordaron colocarlo otra vez en el lugar que lo tenía, pues temían que fuera un castigo por habérselo quitado.
Desde que pusieron al león en el lugar donde estaba, no se volvió a aparecer por las noches a causar destrozos, por lo cual el santo volvió a ser venerado como antes.
La Malinche
Es la montaña Malintzin de un aspecto bello y hermoso que se levanta implorando lluvias de los altos cielos.
Y no es raro presenciar nubes que arrebata el viento, pero las de la Malintzin son seguros aguaceros.
Una vez consumada la conquista, los aztecas, al saber que Marina había muerto, trataron de recuperar su cuerpo.
Cuando lo tuvieron en su poder lo escondieron en muchos lugares tratando de evitar que cayera en manos de los españoles.
En una montaña descubrieron una cueva gigantesca, y en el caballo que le había regalado Cortés la montaron y la subieron al cerro y la internaron en el fondo de la cueva que sellaron con grandes rocas.
Apostaron guardias en puntos estratégicos para cuidarla.
Desde entonces los nativos de la montaña la llaman Malintzin y desde su cresta nos manda aguaceros.
Se mira una silueta que describe su cuerpo que dormido pide las lluvias del cielo.

LA LEYENDA DE LOS VOLCANES
Las huestes del Imperio azteca regresaban de la guerra.
Pero no sonaban ni los teponaxtles ni las caracolas, ni el huéhuetl hacía rebotar sus percusiones en las calles y en los templos. Tampoco las chirimías esparcían su aflautado tono en el vasto valle del Anáhuac y sobre el verdiazul espejeante de los cinco lagos (Chalco, Xochimilco, Texcoco, Ecatepec y Tzompanco) se reflejaba un menguado ejército en derrota. El caballero águila, el caballero tigre y el que se decía capitán coyote traían sus rodelas rotas y los penachos destrozados y las ropas tremolando al viento en jirones ensangrentados.
Allá en los cúes y en las fortalezas de paso estaban apagados los braseros y vacíos de tlecáxitl que era el sahumerio ceremonial, los enormes pebeteros de barro con la horrible figura de Texcatlipoca el dios cojo de la guerra. Los estándares recogidos y el consejo de los Yopica que eran los viejos y sabios maestros del arte de la estrategia, aguardaban ansiosos la llegada de los guerreros para oír de sus propios labios la explicación de su vergonzosa derrota.
Hacía largo tiempo que un grande y bien armando contingente de guerreros aztecas había salido en son de conquista a las tierras del Sur, allá en donde moraban los Ulmecas, los Xicalanca, los Zapotecas y los Vixtotis a quienes era preciso ungir al ya enorme señorío del Anáhuac. Dos ciclos lunares habían transcurrido y se pensaba ya en un asentamiento de conquista, sin embargo ahora regresaban los guerreros abatidos y llenos de vergüenza.
Durante dos lunas habían luchado con denuedo, sin dar ni pedir tregua alguna, pero a pesar de su valiente lucha y sus conocimientos de guerra aprendidos en el Calmecac, que era así llamada la Academia de la Guerra, volvían diezmados, con las mazas rotas, las macanas desdentadas, maltrechos los escudos aunque ensangrentados con la sangre de sus enemigos.
Venía al frente de esta hueste triste y desencantada, un guerrero azteca que a pesar de las desgarraduras de sus ropas y del revuelto penacho de plumas multicolores, conservaba su gallardía, su altivez y el orgullo de su estirpe.
Ocultaban los hombres sus rostros embijados y las mujeres lloraban y corrían a esconder a sus hijos para que no fueran testigos de a que retorno deshonroso.
Sólo una mujer no lloraba, atónita miraba con asombro al bizarro guerrero azteca que con su talante altivo y ojo sereno quería demostrar que había luchado y perdido en buena lid contra un abrumador número de hombres de las razas del Sur.
La mujer palideció y su rostro se tornó blanco como el lirio de los lagos, al sentir la mirada del guerrero azteca que clavó en ella sus ojos vivaces, oscuros. Y Xochiquétzal, que así se llamaba la mujer y que quiere decir hermosa flor, sintió que se marchitaba de improviso, porque aquel guerrero azteca era su amado y le había jurado amor eterno.
Se revolvió furiosa Xichoquétzal para ver con odio profundo al tlaxcalteca que la había hecho su esposa una semana antes, jurándole y llenándola de engaños diciéndole que el guerrero azteca, su dulce amado, había caído muerto en la guerra contra los zapotecas.
--¡Me has mentido, hombre vil y más ponzoñoso que el mismo Tzompetlácatl, - que así se llama el escorpión-; me has engañado para poder casarte conmigo. Pero yo no te amo porque siempre lo he amado a él y él ha regresado y seguiré amándolo para siempre!
Xochiquétzal lanzó mil denuestos contra el falaz tlaxcalteca y levantando la orla de su huipil echó a correr por la llanura, gimiendo su intensa desventura de amor.
Su grácil figura se reflejaba sobre las irisadas superficies de las aguas del gran lago de Texcoco, cuando el guerrero azteca se volvió para mirarla. Y la vio correr seguida del marido y pudo comprobar que ella huía despavorida. Entonces apretó con furia el puño de la macana y separándose de las filas de guerreros humillados se lanzó en seguimiento de los dos.
Pocos pasos separaban ya a la hermosa Xochiquétzal del marido despreciable cuando les dio alcance el guerrero azteca.
No hubo ningún intercambio de palabras porque toda palabra y razón sobraba allí. El tlaxcalteca extrajo el venablo que ocultaba bajo la tilma y el azteca esgrimió su macana dentada, incrustada de dientes de jaguar y de Coyámetl que así se llamaba al jabalí. Chocaron el amor y la mentira.
El venablo con erizada punta de pedernal buscaba el pecho del guerrero y el azteca mandaba furioso golpes de macana en dirección del cráneo de quien le había robado a su amada haciendo uso de arteras engañifas.
Y así se fueron yendo, alejándose del valle, cruzando en la más ruda pelea entre lagunas donde saltaban los ajolotes y las xochócatl que son las ranitas verdes de las orillas limosas. Mucho tiempo duró aquél duelo.
El tlaxcalteca defendiendo a su mujer y a su mentira.
El azteca el amor de la mujer a quien amaba y por quien tuvo arrestros para regresar vivo al Anáhuac.
Al fin, ya casi al atardecer, el azteca pudo herir de muerte al tlaxcalteca quien huyó hacia su país, hacia su tierra tal vez en busca de ayuda para vengarse del azteca.
El vencedor por el amor y la verdad regresó buscando a su amada Xochiquétzal.
Y la encontró tendida para siempre, muerta a la mitad del valle, porque una mujer que amó como ella no podía vivir soportando la pena y la vergüenza de haber sido de otro hombre, cuando en realidad amaba al dueño de su ser y le había jurado fidelidad eterna.
El guerrero azteca se arrodilló a su lado y lloró con los ojos y con el alma. Y cortó maravillas y flores de xoxocotzin con las cuales cubrió el cuerpo inanimado de la hermosa Xochiquétzal. Corono sus sienes con las fragantes flores de Yoloxóchitl que es la flor del corazón y trajo un incensario en donde quemó copal. Llegó el zenzontle también llamado Zenzontletole, porque imita las voces de otros pajarillos y quiere decir 400 trinos, pues cuatrocientos tonos de cantos dulces lanza esta avecilla.
Por el cielo en nubarrones cruzó Tlahuelpoch, que es el mensajero de la muerte.
Y cuenta la leyenda que en un momento dado se estremeció la tierra y el relámpago atronó el espacio y ocurrió un cataclismo del que no hablaban las tradiciones orales de los Tlachiques que son los viejos sabios y adivinos, ni los tlacuilos habían inscrito en sus pasmosos códices. Todo tembló y se anubló la tierra y cayeron piedras de fuego sobre los cinco lagos, el cielo se hizo tenebroso y las gentes del Anáhuac se llenaron de pavura.
Al amanecer estaban allí, donde antes era valle, dos montañas nevadas, una que tenía la forma inconfundible de una mujer recostada sobre un túmulo de flores blancas y otra alta y elevada adoptando la figura de un guerrero azteca arrodillado junto a los pies nevados de una impresionante escultura de hielo.
Las flores de las alturas que llamaban Tepexóchitl por crecer en las montañas y entre los pinares, junto con el aljófar mañanero, cubrieron de blanco sudario las faldas de la muerta y pusieron alba blancura de nieve hermosa en sus senos y en sus muslos y la cubrieron toda de armiño.
Desde entonces, esos dos volcanes que hoy vigilan el hermoso valle del Anáhuac, tuvieron por nombres Iztaccihuatl que quiere decir mujer dormida y Popocatepetl, que se traduce por montaña que humea, ya que a veces suele escapar humo del inmenso pebetero.
En cuanto al cobarde engañador tlaxcalteca, según dice también esta leyenda, fue a morir desorientado muy cerca de su tierra y también se hizo montaña y se cubrió de nieve y le pusieron por nombre Poyauteclat, que quiere decir Señor Crepuscular y posteriormente Citlaltepetl o cerro de la estrella y que desde allá lejos vigila el sueño eterno de los dos amantes a quienes nunca podrá ya separar.
Eran los tiempos en que se adoraba al dios Coyote y al Dios Colibrí y en el panteón azteca las montañas eran dioses y recibían tributos de flores y de cantos, porque de sus faldas escurre el agua que vivifica y fertiliza los campos.
Durante muchos años y poco antes de la conquista, las doncellas muertas en amores desdichados o por mal de amor, eran sepultadas en las faldas de Iztaccihuatl, de Xochiquétzal, la mujer que murió de pena y de amor y que hoy yace convertida en nívea montaña de perenne armiño.

LA LLORONA
Los cuatros sacerdotes aguardaban espectrantes.Sus ojillos vivaces iban del cielo estrellado en donde señoreaba la gran luna blanca, al espejo argentino del lago de Texcoco, en donde las bandadas de patos silenciosos bajaban en busca de los gordos ajolotes.Después confrontaban el movimiento de las constelaciones estelares para determinar la hora, con sus profundos conocimientos de la astronomía.De pronto estalló el grito....Ea un alarido lastimoso, hiriente, sobrecogedor. Un sonido agudo como escapado de la garganta de una mujer en agonía. El grito se fue extendiendo sobre el agua, rebotando contra los montes y enroscándose en las alfardas y en los taludes de los templos, rebotó en el Gran Teocali dedicado al Dios Huitzilopochtli, que comenzara a construir Tizoc en 1481 para terminarlo Ahuizotl en 1502 si las crónicas antiguas han sido bien interpretadas y pareció quedar flotando en el maravilloso palacio del entonces Emperador Moctezuma Xocoyótzin.- Es Cihuacoatl! -- exclamó el más viejo de los cuatro sacerdotes que aguardaban el portento.
La Diosa ha salido de las aguas y bajado de la montaña para prevenirnos nuevamente --, agregó el otro interrogador de las estrellas y la noche.
Subieron al lugar más alto del templo y pudieron ver hacia el oriente una figura blanca, con el pelo peinado de tal modo que parecía llevar en la frente dos pequeños cornezuelos, arrastrando o flotando una cauda de tela tan vaporosa que jugueteaba con el fresco de la noche plenilunar.
Cuando se hubo opacado el grito y sus ecos se perdieron a lo lejos, por el rumbo del señorío de Texcocan todo quedó en silencio, sombras ominosas huyeron hacías las aguas hasta que el pavor fue roto por algo que los sacerdotes primero y después Fray Bernandino de Sahagún interpretaron de este modo:
"...Hijos míos... amados hijos del Anáhuac, vuestra destrucción está próxima...."
Venía otra sarta de lamentos igualmente dolorosos y conmovedores, para decir, cuando ya se alejaba hacia la colina que cubría las faldas de los montes:
"...A dónde iréis.... a dónde os podré llevar para que escapéis a tan funesto destino.... hijos míos, estáis a punto de perderos..."
Al oír estas palabras que más tarde comprobaron los augures, los cuatro sacerdotes estuvieron de acuerdo en que aquella fantasmal aparición que llenaba de terror a las gentes de la gran Tenochtitlán, era la misma Diosa Cihuacoatl, la deidad protectora de la raza, aquella buena madre que había heredado a los dioses para finalmentente depositar su poder y sabiduría en Tilpotoncátzin en ese tiempo poseedor de su dignidad sacerdotal.
El emperador Moctezuma Xocoyótzin se atuzó el bigote ralo que parecía escurrirle por la comisura de sus labios, se alisó con una mano la barba de pelos escasos y entrecanos y clavó sus ojillos vivaces aunque tímidos, en el viejo códice dibujado sobre la atezada superficie de amatl y que se guardaba en los archivos del imperio tal vez desde los tiempos de Itzcoatl y Tlacaelel.
El emperador Moctezuma, como todos los que no están iniciados en el conocimiento de la hierática escritura, sólo miraba con asombro los códices multicolores, hasta que los sacerdotes, después de hacer una reverencia, le interpretaron lo allí escrito.
---Señor, -- le dijeron --, estos viejos anuales nos hablan de que la Diosa Cihuacoatl aparecerá según el sexto pronóstico de los agoreros, para anunciarnos la destrucción de vuestro imperio.
Dicen aquí los sabios más sabios y más antiguos que nosotros, que hombres extraños vendrán por el Oriente y sojuzgarán a tu pueblo y a ti mismo y tú y los tuyos serán de muchos lloros y grandes penas y que tu raza desaparecerá devorada y nuestros dioses humillados por otros dioses más poderosos.
--- Dioses más poderosos que nuestro Dios Huitzilopochtli, y que el Gran Destructor Tezcatlipoca y que nuestros formidables dioses de la guerra y de la sangre? -- preguntó Moctezuma bajando la cabeza con temor y humildad.
--- Así lo dicen los sabios y los sacerdotes más sabios y más viejos que nosotros, señor. Por eso la Diosa Cihuacoatl vaga por el anáhuac lanzando lloros y arrastrando penas, gritando para que oigan quienes sepan oír, las desdichas que han de llegar muy pronto a vuestro Imperio.
Moctezuma guardó silencio y se quedó pensativo, hundido en su gran trono de alabastro y esmeraldas; entonces los cuatro sacerdotes volvieron a doblar los pasmosos códices y se retiraron también en silencio, para ir a depositar de nuevo en los archivos imperiales, aquello que dejaron escrito los más sabios y más viejos.
Por eso desde los tiempos de Chimalpopoca, Itzcoatl, Moctezuma, Ilhuicamina, Axayácatl, Tizoc y Ahuizotl, el fantasmal augur vagaba por entre los lagos y templos del Anáhuac, pregonando lo que iba a ocurrir a la entonces raza poderosa y avasalladora.
Al llegar los españoles e iniciada la conquista, según cuentan los cronistas de la época, una mujer igualmente vestida de blanco y con las negras crines de su pelo tremolando al viento de la noche, aparecía por el Sudoeste de la Capital de la Nueva España y tomando rumbo hacia el Oriente, cruzaba calles y plazuelas como al impulso del viento, deteniéndose ante las cruces, templos y cementerios y las imágenes iluminadas por lámparas votivas en pétreas hornacinas, para lanzar ese grito lastimero que hería el alma.
-----Aaaaaaaay mis hijos.......Aaaaaaay aaaaaaay!---- El lamento se repetía tantas veces como horas tenía la noche la madrugada en que la dama de vestiduras vaporosas jugueteando al viento, se detenía en la Plaza Mayor y mirando hacia la Catedral musitaba una larga y doliente oración, para volver a levantarse, lanzar de nuevo su lamento y desaparecer sobre el lago, que entonces llegaba hasta las goteras de la Ciudad y cerca de la traza.
Jamás hubo valiente que osara interrogarla. Todos convinieron en que se trataba de un fantasma errabundo que penaba por un desdichado amor, bifurcando en mil historias los motivos de esta aparición que se transplantó a la época colonial.
Los románticos dijeron que era una pobre mujer engañada, otros que una amante abandonada con hijos, hubo que bordaron la consabida trama de un noble que engaña y que abandona a una hermosa mujer sin linaje.
Lo cierto es que desde entonces se le bautizó como "La llorona", debido al desgarrador lamento que lanzaba por las calles de la Capital de Nueva España y que por muchos lustros constituyó el más grande temor callejero, pues toda la gente evitaba salir de su casa y menos recorrer las penumbrosas callejas coloniales cuando ya se había dado el toque de queda.
Muchos timoratos se quedaron locos y jamás olvidaron la horrible visión de "La llorona" hombres y mujeres "se iban de las aguas" y cientos y cientos enfermaron de espanto.
Poco a poco y al paso de los años, la leyenda de La Llorona, rebautizada con otros nombres, según la región en donde se aseguraba que era vista, fue tomando otras nacionalidades y su presencia se detectó en el Sur de nuestra insólita América en donde se asegura que todavía aparece fantasmal, enfundada en su traje vaporoso, lanzando al aire su terrorífico alarido, vadeando ríos, cruzando arroyos, subiendo colinas y vagando por cimas y montañas.

LA CASA DEL TRUENO
Cuentan los viejos que entre Totomoxtle y Coatzintlali existía una caverna en cuyo interior los antiguos sacerdotes habían levantado un templo dedicado al Dios del Trueno, de la lluvia y de las aguas de los ríos. Eran tiempos en los que aún no llegaban los hispanos ni las portentosas razas, conocidas hoy como totonacas, que poblaron el lugar de Veracruz que después llamaron Totonacan. Y siete sacerdotes se reunían cada tiempo en que era menester cultivar la tierra y sembrar las semillas y cosechar los frutos, siete veces invocaban a las deidades de esos tiempos y gritaban entonaban cánticos a los cuatro vientos o sea hacia los cuatro puntos cardinales, porque según las cuentas esotéricas de esos sacerdotes, cuatro por siete eran 28 y veintiocho días componen el ciclo lunar.
Siguen diciendo las viejas crónicas que se han convertido en asombrosas leyendas, que esos viejos sacerdotes hacían sonar el gran tambor del trueno y arrastraban cueros secos de los animales por todo el ámbito de la caverna y lanzaban flechas encendidas al cielo. Y poco después atronaban el espacio furiosos truenos y los relámpagos cegaban a los animales de la selva y a las especies acuáticas que moraban en los ríos.
Llovía a torrentes y la tempestad rugía sobre la cueva durante muchos días y muchas noches y había veces en que los ríos Huitizilac y el de las mariposas, Papaloapan, se desbordaban cubriendo de agua y limo las riberas y causando inmensos desastres. Ycuanto mas arrastraban los cueros mayor era el ruido que producían los torrentes y cuanto más se golpeaba el gran tambor ceremonial, mayor era el ruido de los truenos cuanto más relámpagos significaba mayor número de flechas incendiarias.
Pasaron los siglos...
Y un día arribaron al lugar grupos de gentes ataviadas de un modo singular, trayendo consigo otras costumbres, y otras leyes y otras religiones. Se decían venidos de otras tierras allende el gran mar de turquesas (Golfo de México) y tanto hombres, como mujeres y niños, tenían la característica de estar siempre sonriendo como si fueran los seres más felices de la tierra y tal vez esa alegría se debía a que después de haber sufrido mil penurias en las aguas borrascosas de un mar en convulsión habían por fin llegado a las costas tropicales, donde había de todo, así frutos como animales de caza, agua y clima hermoso.
Se asentaron en ese lugar al que dieron por nombre, en su lengua Totonacan y ellos mismos se dijeron totonacos.
Pero los sacerdotes, los siete sacerdotes de la caverna del trueno no estuvieron conformes con aquella invasión de los extranjeros que traían consigo una gran cultura y se fueron a la cueva a producir truenos, relámpagos, rayos y lluvias y torrenciales aguaceros con el fin de amendrantarlos.
En los antiguos registros que los milenios han borrado, se dice que llovió mucho y durante varios días y sus noches, hasta que alguien se dió cuenta de que esas tempestades las provocaban los siete hechiceros, los siete sacerdotes de la caverna de los truenos.
No siendo amigos de la violencia, los totonacas los embarcaron en un pequeño bajel y dotándoles de provisiones y agua los lanzaron al mar de las turquesas en donde se perdieron para siempre.
Pero ahora era preciso dominar a esos dioses del trueno y de las lluvias para evitar el desastre del pueblo totonaca recién asentado y para el efecto se reunieron los sabios y los sacerdotes y gentes principales y decidieron que nada podría hacerse contra esas fuerzas que hoy llamos sencillamente naturales y que sería mejor rendirles culto y pleitesía, adorar a esos dioses y rogarles fueran magnánimos con ese pueblo que acababa de escapar de un monstruoso desastre.
Y en ese mismo lugar en donde había el templo y la caverna y se ejercía el culto al Dios del trueno, los totonacas u hombres sonrientes levantaron el asombroso templo del Tajín, que en su propia lengua quiere decir lugar de las tempestades. Y no sólo se rindió culto al Dios del Trueno sino que se le imploró durante 365 días, como número de nichos tiene este pasmoso monumento invocando el buen tiempo en cierta época del año y la lluvia, cuando es menester fertilizar las sementeras.
Hoy se levanta este maravilloso templo conocido en todo el mundo como pirámide o templó de El Tajín en donde curiosamente parecen generarse las tempestades y los truenos y las lluvias torrenciales.
Así nació la pirámide de El Tajín, levantada con veneración y respeto al Dios del Trueno, adorado por aquellas gentes que vivieron mucho antes de la llegada de los extranjeros, mucho antes de la llegada de los totonacas, cuando el mundo parecía comenzar a existir.

LA MULATA DE CÓRDOBA
Cuenta la tradición, que hace más de dos siglos y en la poética ciudad de Córdoba, vivió una célebre mujer, una joven que nunca envejecía a pesar de sus años. Nadie sabía hija de quién era, pero todos la llamaban la Mulata.
En el sentir de la mayoría, la Mulata era una bruja, una hechicera que había hecho pacto con el diablo, quien la visitaba todas las noches, pues muchos vecinos aseguraban que al pasar a las doce por su casa habían visto que por las rendijas de las ventanas y de las puertas salía una luz siniestra, como si por dentro un poderoso incendio devorara aquella habitación.
Otros decían que la habían visto volar por los tejados en forma de mujer; pero despidiendo por sus negros ojos miradas satánicas y sonriendo diabólicamente con sus labios rojos y sus dientes blanquísimos.
De ella se referían prodigios.
Cuando apareció en la ciudad, los jóvenes, prendados de su hermosura, disputaban se la conquista de su corazón.
Pero a nadie correspondía, a todos desdeñaba, y de ahí nació la creencia de que el único dueño de sus encantos, era el señor de las tinieblas.
Empero, aquella mujer siempre joven, frecuentaba los sacramentos, asistía a misa, hacía caridades, y todo aquel que imploraba su auxilio la tenía a su lado, en el umbral de la choza del pobre, lo mismo que junto al lecho del moribundo.
Se decía que en todas partes estaba, en distintos puntos y a la misma hora; y llegó a saberse que un día se la vio a un tiempo en Córdoba y en México; "tenía el don de ubicuidad" - dice un escritor - y lo más común era encontrarla en una caverna. "Pero éste - añade - la visitó en una accesoria; aquél la vio en una de esas casuchas horrorosas que tan mala fama tienen en los barrios más inmundos de las ciudades, y otro la conoció en un modesto cuarto de vecindad, sencillamente vestida, con aire vulgar, maneras desembarazadas, y sin revelar el mágico poder de que estaba dotada."
La hechicera servía también como abogada de imposibles. Las muchachas sin novio, las jamonas pasaditas, que iban perdiendo la esperanza de hallar marido, los empleados cesantes, las damas que ambicionaban competir en túnicas y joyas con la Virreina, los militares retirados, los médicos jóvenes sin fortuna, todos acudían a ella, todos invocaban en sus cuitas, y a todos los dejaba contentos, hartos y satisfechos.
Por eso todavía hoy, cuando se solicita de alguien una cosa difícil, casi irrealizable, es costumbre exclamar: -¡No soy la Mulata de Córdoba!
La fama de aquella mujer era grande, inmensa. Por todas partes se hablaba de ella y en diferentes lugares de Nueva España su nombre era repetido de boca en boca.
"Era en suma -dice el mismo escritor- una Circe, una Medea, una Pitonisa, una Sibila, una bruja, un ser extraordinario a quien nada había oculto, a quien todo obedecía y cuyo poder alcanzaba hasta trastornar las leyes de la naturaleza... Era, en fin, una mujer a quien hubiera colocado la antigüedad entre sus diosas, o a lo menos entre sus más veneradas sacerdotisas; era un médium, y de los más privilegiados, de los más favorecidos que disfrutó la escuela espirita de aquella época!...¡Lástima grande que no viviera en la nuestra! ¡De qué portentos no fuéramos testigos! ¡Qué revelaciones no haría en su tiempo! ¡Cuántas evocaciones, cuántos espíritus no vendrían sumisos a su voz! ¡Cuántos incrédulos dejarían de serlo!"
¿Qué tiempo duró la fama de aquella mujer, verdadero prodigio de su época y admiración de los futuros siglos? Nadie lo sabe.
Lo que sí se asegura es que un día la ciudad de México supo que desde la villa de Córdoba había sido traída a las sombrías cárceles del Santo Oficio.
Noticia tan estupenda, escapada Dios sabe cómo de los impenetrables secretos de la Inquisición, fue causa de atención profunda en todas las clases de la sociedad, y entre los platicones de las tiendas del Parián se habló mucho de aquel suceso y hasta hubo un atrevido que sostuvo que la Mulata, no era hechicera, ni bruja, ni cosa parecida, y que el haber caído en garras del Santo Tribunal, lo debía a una inmensa fortuna, consistente en diez grandes barriles de barro, llenos de polvo de oro. Otro de los tertulianos aseguró que además de esto se hallaba de por medio un amante desairado, que ciego de despecho, denunció en Córdoba a la Mulata, porque ésta no había correspondido a sus amores.
Pasaron los años, las hablillas se olvidaron, hasta que otro día de nuevo supo la ciudad, con asombro, que en el próximo auto de fe que se preparaba, la hechicera, saldría con coroza y vela verde. Pero el asombro creció de punto cuando pasados algunos días se dijo que el pájaro había volado hasta Manila, burlando la vigilancia de sus carceleros...más bien dicho, saliéndose delante de uno de ellos.
¿Cómo había sucedió esto? ¿Qué poder tenía aquella mujer, para dejar así con un palmo de narices, a los muy respetables señores inquisidores?
Todos lo ignoraban. Las más extrañas y absurdas explicaciones circularon por la ciudad. hubo quién afirmaba, haciendo la señal de la cruz, que todo era obra del mismo diablo, que de incógnito se había introducido a las cárceles secretas para salvar a la Mulata. Quién recordaba aquello de que dádivas quebrantan... rejas; y hubo algún malicioso que dijese que todo lo vence el amor... y que los del Santo Oficio, como mortales eran también de carne y hueso.
He aquí la verdad de los hechos.
Una vez, el carcelero penetró en el inmundo calabozo de la hechicera, y quedóse verdaderamente maravillado al contemplar en una de las paredes, un navío dibujado con carbón por la Mulata, la cual le preguntó con tono irónico:
- ¿Qué le falta a ese navío?
-Desgraciada mujer- contestó el interrogado, si quisieras salvar tu alma de las horribles penas del infierno, no estarías aquí, y ahorrarías al Santo Oficio el que te juzgase! ¡A este barco únicamente le falta que ande! ¡Es perfecto!
- Pues si vuestra merced lo quiere, si en ello se empeña, andará, andará y muy lejos...
- ¡Como! ¿A ver?
-dijo la Mulata.Y ligera saltó al navío, y éste, lento al principio, y después rápido y a toda vela, desapareció con la hermosa mujer por uno de los rincones del calabozo.
El carcelero, mudo, inmóvil, con los ojos salidos de sus órbitas, con el cabello de punta, y con la boca abierta, vio aquello sorprendido. ¿Y después? Hable un poeta:
Cuenta la tradición que algunos años después de estos sucesos, hubo un hombre, en la casa de los locos detenido, y que hablaba de un barco que una noche bajo el suelo de México cruzaba llevando una mujer de altivo porte, era el inquisidor; de la Mulata nada se volvió a saber, más se supone que en poder del demonio está gimiendo.
¡Déjenla entre las llamas los lectores!

LAS CALLES DEL INDIO TRISTE
Las calles que llevaron los nombres de 1ª y 2ª del Indio Triste (ahora 1ª y 2ª del Correo Mayor y 1ª del Carmen), recuerdan una antigua tradición que un viejo vecino de dichas calles refería con todos sus puntos y comas, y aseguraba y protestaba "ser cierta y verdadera", pues a él se la había contado su buen padre, y a éste sus abuelos, de quienes se había ido transmitiendo de generación en generación, hasta el año de 1840, en que la puso en letras de molde el Conde de la Cortina.
Contaba aquel buen vecino que, a raíz de la conquista, el gobierno español se propuso proteger a los indios nobles, supervivientes de la vieja estirpe azteca; unos habían caído prisioneros en la guerra, y otros que voluntariamente se presentaron, con el objeto de servir a los castellanos alegando que habían sido víctimas de la dura tiranía en que los tuviera durante mucho tiempo el llamado Emperador Moctecuhzoma II o Xocoyótzin.
Pero hay que advertir que esta protección dispensada a esos indios nobles, no era la protección abnegada que les habían prodigado los santos misioneros, sino el interés de los primeros gobernadores, de las primeras Audiencias y de los primeros virreyes de la Nueva España, que utilizaban a esos indios como espías para que, en el caso de que los naturales intentasen levantarse en contra de los españoles, inmediatamente éstos lo supiesen y sofocaran el fuego de la conjura y así evitar cualquier levantamiento.
Cuenta pues la tradición citada, que en una de las casas de la calle que hoy se nombra 1a del Carmen, quizá la que hace esquina con la calle de Guatemala, antes de santa Teresa, vivía allá a mediados del siglo XVI uno de aquellos indios nobles que, a cambio de su espionaje y servilismo, recibía los favores de sus nuevos amos; y este indio a que alude la tradición, era muy privado del virrey que entonces gobernaba la Colonia.
El tal indio poseía casas suntuosas en la ciudad, sementeras en los campos, ganados y aves de corral. Tenía joyas que había heredado de sus antecesores; discos de oro, que semejaban soles o lunas, anillos, brazaletes, collares de verdes chalchihuites; bezotes de negra obsidiana; capas y fajas de finísimo algodón o de riquísimas plumas; cacles de cuero admirablemente adobado o de pita tejida con exquisito gusto; esteras o petates de finas palmas, teñidas con diversos colores; cómodos icpallis o sillones, forrados con pieles de tigres, leopardos o venados. En una palabra, poseía aquel indio todo lo que constituía para él y los suyos un tesoro de riquezas y obras de arte.
El indio, aunque había recibido las aguas bautismales y se confesaba, comulgaba, oía misa y sermones con toda devoción y acatamiento, como todos los de su raza era socarrón y taimado, y en el interior de su casa, en el aposento más apartado, tenía un santocalli privado, a modo de oratorio particular, con imágenes cristianas, para rendir culto a muchos idolillos de oro y piedra que eran efigies de los dioses que más veneraba en su gentilidad.
Y así como practicaba piadosos cultos cristianos a fin de engañar con sus fingimientos a los benditos frailes, así también engañaba llevando la vida disipada de un príncipe destronado, sumido sin tasa en la molicie de los placeres carnales que le prodigaban sus muchas mancebas, o entregado a los vicios de la gula y de la embriaguez, hartándose de manjares picantes e indigestos y ahogándose con sendas jícaras y jarros de pulque fermentado con yerbas olorosas y estimulantes o con frutas dulces y sabrosas.
El indio aquel acabó por embrutecerse. Volvióse supersticioso, en tal extremo, que vivía atormentado por el temor de las iras de sus dioses y por el miedo que le inspiraba el diablo, que veía pintado en los retablos de las iglesias, a los pies del Príncipe de los Arcángeles.

LA CALLE DE DON JUAN MANUEL
Hace muchos años - cuenta la tradición - que vivía en esta Calle un hombre muy rico, cuya casa quedaba precisamente detrás del Convento de San Bernardo. Este hombre se llamaba Don Juan Manuel y se hallaba casado con una mujer tan virtuosa como bella. Pero aquel hombre, en medio de sus riquezas y al lado de una esposa que poseía prendas tan raras, no se sentía feliz a causa de no haber tenido sucesión.
La tristeza lo consumía, el fastidio lo exasperaba y para hallar algún consuelo, resolvió consagrarse a las prácticas religiosas, pero tanto, que no conforme con asistir casi todo el día a las iglesias, intentó separarse de su esposa y entrar fraile a San Francisco. Con este objeto, envió por un sobrino que residía en España, para que administrase sus negocios. Llegó a poco el pariente y pronto también concibió D. Juan Manuel celos terribles, tan terribles que una noche invocó al diablo y le prometió entregarle su alma, si le proporcionaba el medio de descubrir al que creía lo estaba deshonrando. El diablo acudió solícito, y le ordenó que saliera de su casa a las once de esa misma noche y matara al primero que encontrase. Así lo hizo D. Juan, y al día siguiente, cuando creyendo estar vengado, se encontraba satisfecho, el demonio se le volvió a presentar y le dijo que aquel individuo que había asesinado era inocente pero que siguiera saliendo todas las noches y continuara matando hasta que él se le apareciera junto al cadáver del culpable.
D. Juan obedeció sin replicar. Noche con noche salía de su casa: bajaba las escaleras, atravesaba el patio, abría el postigo del zaguán, se recargaba en el muro, y envuelto en su ancha capa, esperaba tranquilo a la víctima. Entonces no había alumbrado y en medio de la oscuridad y del silencio de la noche, se oían lejanos pasos, cada vez más perceptibles: después aparecía el bulto de un transeúnte, a quien, acercándose D. Juan, le preguntaba:
- Perdone usarcé, ¿qué horas son?
- Las once
- ¡Dichoso usarcé, que sabe la hora en que muere!
Brillaba el puñal en las tinieblas, se escuchaba un grito sofocado, el golpe de un cuerpo que caía, y el asesino, mudo, impasible, volvía a abrir el postigo, atravesando de nuevo el patio de la casa, subía las escaleras y se recogía en su habitación.
La ciudad amanecía consternada. Todas las mañanas, en dicha calle, recogía la ronda un cadáver, y nadie podía explicarse el misterio de aquellos asesinatos tan espantosos como frecuentes.
En uno de tantos días muy temprano, condujo la ronda un cadáver a la casa de D. Juan Manuel, y éste contempló y reconoció a su sobrino, la que tanto quería y al que debía la conservación de su fortuna.
D. Juan al verlo, trató de disimular; pero un terrible remordimiento conmovió todo su ser, y pálido, tembloroso, arrepentido, fue al convento de San Francisco, entró a la celda de un sabio y santo religioso, y arrojándose a sus pies, y abrazándose a sus rodillas, le confesó uno a uno todos sus pecados, todos sus crímenes, engendrados por el espíritu de Lucifer, a quien había prometido entregar su ánima.
El reverendo lo escuchó con la tranquilidad del juez y con la serenidad del justo, y luego que hubo concluido D. Juan, le mandó por penitencia que durante tres noches consecutivas fuera a las once en punto a rezar un rosario al pie de la horca, en descargo de sus faltas y para poder absolverlo de sus culpas.
Intentó cumplir D. Juan; pero no había aún recorrido las cuentas todas de su rosario, la primera noche, cuando percibió una voz sepulcral que imploraba en tono dolorido:
- ¡Un Padre Nuestro y un Ave María por el alma de D. Juan Manuel!
Quedóse mudo, se repuso enseguida, fue a su casa, y sin cerrar un minuto los ojos, esperó el alba para ir a comunicar al confesor lo que había escuchado.
- Vuelva esta misma noche - le dijo el religioso - considere que esto ha sido dispuesto por el que todo lo sabe para salvar su ánima y reflexione que el miedo se lo ha inspirado el demonio como un ardid para apartarlo del buen camino, y haga la señal de la cruz cuando sienta espanto.
Humilde, sumiso y obediente, D. Juan estuvo a las once en punto en la horca; pero aún no había comenzado a rezar, cuando vió un cortejo de fantasmas, que con cirios encendidos conducían su propio cadáver en una ataúd.
Más muerto que vivo, tembloroso y desencajado, se presentó al otro día en el convento de San Francisco.
- ¡Padre - le dijo - por Dios, por su santa y bendita madre, antes de morirme concédame la absolución!
El religioso se hallaba conmovido, y juzgando que hasta sería falta de caridad el retardar más el perdón, le absolvió al fin, exigiéndole por última vez, que esa misma noche fuera a rezar el rosario que le faltaba.
Que fue del penitente, lo dice la leyenda. ¿Que paso allí? Nadie lo sabe, y sólo agrega la tradición que al amanecer se encontraba colgado de la horca pública un cadáver era del muy rico Sr. D. Juan Manuel de Solórzano, privado que había sido del Marqués de Caderita.

El pueblo dijo desde entonces que a D. Juan Manuel lo habían colgado los ángeles, y la tradición lo repite y lo seguirá repitiendo por los siglos de los siglos. Amén.}

POR ESMERALDA HERNANDEZ LORENZO
SEXTO GRADO GRUPO A
ESC. RENACIMIENTO.
SAN LUIS POTOSI,MEXICO

      
                                                            DE
CUENTOS  DE  TERROR  Y    
            LEYENDAS
    
        Alumna: Ana  Briseida  Landaverde  Martínez
        Escuela: Renacimiento
        Grado: 6  A
        Fecha: 3 de diciembre del  2013




El monte embrujado………………. 03
La madre……………………………04
La madera…………………………..05
La niña  de  la  montaña…………..06
La  llorona…………………………..07
La  mujer  de  la  carretera………..08
Algo anda  en  la  huerta………… 09
La niña  del  panteón……………..10
El  diablo  en  pañales…………….11
La  novia……………………………12


 El monte embrujado

Había caminado casi toda la tarde, y cuando ya se había hecho noche me senté a un costado del camino a descansar.  No estaba solo, me acompañaba Rufo, mi perro. 
Al sacarme la mochila sentí que estaba mucho más liviano, y fue un alivio. Rufo se acostó a mi lado después de dar vueltas y vueltas sobre el pasto. Estaba casi todo oscuro pero se distinguían algunas cosas.  A unos diez metros del solitario camino empezaba a elevarse un monte pequeño, poco más que una arboleda. No estaba muy lejos de una zona poblada, mas desde allí no se veía ni una casa, ni una luz, y por el camino hacía rato que no pasaba ningún vehículo. 
Cuando uno cree estar solo se sobresalta al advertir de golpe a otra persona, y esta figura dudosa se movía en la oscuridad.   Tenía una linterna en la mano pero no quise encenderla. Tal vez el otro no me había notado; a nadie le gusta que lo encandilen de pronto. Si era alguien que creía que no lo había notado, y traía alguna mala intención, se iba a llevar una sorpresa desagradable. Pero la sorpresa desagradable me la llevé yo, porque en un momento dado me pareció que no tenía cabeza.
Encendí la linterna y no había nadie. El foco de luz recorrió de un extremo al otro el montecillo pero no logré ver nada. al encender la linterna Rufo se había parado, y un rato después permanecía así, atento hacia el monte. De repente salió disparado y se metió a toda prisa entre los árboles. Lo llamé pero no me hizo caso. Pronto dejé de escuchar el ruido que hacía al pasar entre ramas y todo volvió a estar en silencio.  Entonces me acerqué al monte y lo llamé una y otra vez, silbé, mas cuando hacía una pausa para escuchar, nada, ni un ruido. 
Supuse que el monte era más grande de lo que me parecía.  Ya estaba seguro de que había algo raro allí, pero no podía dejar a mi mejor amigo. Me interné entre los árboles y, linterna en mano empecé a buscarlo. En el mismo momento que gritaba o silbaba, una voz apenas audible repetía: “Por aquí, por aquí”, pero como apenas la escuchaba y sonaba junto a los sonidos que yo emitía, hasta que no la escuché varias veces no estuve seguro. Aquel lugar estaba embrujado. Empecé a desesperarme por salir. Cuando intentaba volver al camino entre una maraña de ramas, algo me habló de muy cerca, casi me susurró al oído: “No te vayas a perder”. En ese instante creí que iba a enloquecer de terror. Por suerte enseguida pude salir de la arboleda.  Al volver al camino seguí esperando a Rufo, aunque empezaba a creer que no lo vería nunca más.  Un rato después apareció, dándome una alegría inmensa. Y ahí si me marché de allí Hasta no alcanzar las luces del pueblo no perdí de vista a Rufo, no porque temiera que se alejara nuevamente, sino porque desconfiaba que realmente fuera mi perro.
 La madre                                                                                                                                
             
Clara salió a la vereda del hospital cargando el bebé en sus brazos. La noche se había presentado bastante fría. Envolvió mejor al bebé y procuró un taxi con la vista, pero solo había autos de particulares estacionados en aquella cuadra.  Entró de nuevo al hospital y le pidió a una enfermera que le llamara un taxi.  La enfermera, que estaba tras una ventanilla, llamó con desgano y volvió a ojear una revista. Clara le agradeció, sonriendo con falsedad, y volvió a esperar en la vereda.
Pasaron los minutos y nada, el taxi no llegaba.   Impaciente por la espera, Clara decidió irse a pie; su casa no estaba tan lejos.  
Caminaba rápido porque todavía estaba enfadada. Había llevado al niño de tarde, a un control programado que no podía evitar, pues no deseaba tener problemas, y demoraron tanto en atenderla que cuando lo hicieron ya estaba de noche. Clara quiso marcharse pero un doctor la hizo pasar. Ella temía que le hallaran algo raro, que se dieran cuenta, pero cuando lo examinaron solo era un niño normal. 
Al llegar a una cuadra oscurecida por las sombras de unos árboles, una silueta humanoide contrahecha, pequeña y de andar desparejo le salió al cruce y le exigió:

- ¡Dame el bebé!, ¡dame el bebé!…
- ¡Nunca! -gritó Clara, y sacando un amuleto de un bolsillo de su abrigo se lo presentó al ser aquel.
- ¡Ah! ¡Dame el bebé! ¡Dame… ah! -y contra su voluntad la criatura retrocedió hasta las sombras. 

Entonces el bebé abrió con sus brazos la manta que lo cubría y dijo con una voz aguda y áspera: 

- ¡Suéltame, maldita bruja! ¡Suéltame!…
- ¡Silencio! -le ordenó ella, y le puso el amuleto frente a la cara, haciendo que el bebé se volviera a cubrir. 
- Pronto me apreciarás. He domesticado a peores engendros que tú -le aseguró la bruja.






La madera

Una amiga que es maestra en una escuela me pidió un favor bastante curioso. El municipio había donado unos pupitres (de esto hace muchos años, aún se usaban pupitres) que fueron a dar en el salón donde ella daba clases, y creía que aquellos asientos de alguna forma estaban embrujados.  Quería que averiguara de dónde los habían sacado.  
Anticipándose a mi escepticismo me invitó al salón aquel, al atardecer, después que los alumnos se fueron, y ante los pupitres aludidos me contó más o menos lo siguiente: 

“Cuando llegaron, personalmente quedé muy agradecida -empezó a contarme mi amiga, mirando de reojo los bancos-; eran nuevos y desprendían un aroma agradable; veía que los niños se inclinaban a oler la madera. Pero no demoraron en empezar las cosas raras. Un alumno se pinchó con la punta de un compás y sangró un poco sobre el pupitre, y, presencié asombrada como la madera absorbía completamente toda la sangre en un instante, sin que quedara una mancha. Lógicamente, inventé algo para convencer a los que vieron aquello, pero no era algo normal. Unos días después, un olor asqueroso que enseguida asocié con la muerte invadió repentinamente el salón, aunque enseguida desapareció. Los días siguientes todos empezaron a desconcentrarse fácilmente, y se acusaban unos a otros por algún jalón que sentían o un pupitre que se inclinaba de golpe como si lo empujaran de atrás. Pero lo más horrible me pasó a mí. ¡Ay…! Hasta me cuesta contarlo… disculpa. Fue así: Olvidé mis llaves y volví un poco más tarde que ahora, ya prácticamente estaba de noche. El salón ya estaba oscurecido, pero como solo son unos pasos e igual distinguía el manojo de llaves no encendí la luz. Cuando fui a marcharme, estaban… en los pupitres había gente, y por sus contornos se notaba que estaban muertos”.

En ese momento a mi amiga se le quebró la voz y se tapó la boca. Me dejó completamente impresionado. Cuando intenté analizar fríamente aquello, del salón emanó un olor nauseabundo que recordé inmediatamente. Cuando salimos de allí le prometí que iba a averiguar todo lo que pudiera. 
Después de sentir aquel olor, lo que descubrí no me sorprendió, aunque igual me hizo estremecer: Los pupitres estaban hechos con las maderas de unos cipreses talados de la parte vieja del cementerio.
Después de cobrar algunos favores y quedar debiendo otros en el municipio, hice que retiraran aquellos bancos, y un tiempo después que los destruyeran. 

 La niña  de  la  montaña
Todo comenzó el día miércoles 4 de agosto, papá decido comprar una casa en una montaña, yo no sabía exactamente para que exactamente pero mi papá tiene ideas locas desde que mamá nos dejo cuando yo tenía 10 años, no ha pasado mucho tiempo pues acabo de cumplir 13, mi padre decía que el fin de semana la pasaríamos por allá, llego el viernes preparamos nuestras cosas y partimos, al llegar una hermosa mujer, con ojos verdes nos atendió, mi padre le agradeció y no llevo a nuestro cuarto, no podía dormir escuchaba ruidos, ruidos extraños que provenían del cuarto de al lado, decidí ir a investigar, al llegar al cuarto de al lado encontré a una niña llorando, si, hay estaba con su pelo negro con las manos en la cara, aun recuerdo esa piel pálida, esa piel, las manos en su cara le tapaban el rostro, al acercarme la niña dejo de llorar se destapo su rostro, no podía ser cierto, su rostro estaba desfigurado, quemado, horrible, fui corriendo con mi padre entre a su alcoba y lo desperté rápidamente y él me dijo:
-¿Qué te pasa Carlos?
-Papá… ¡hay una niña en el cuarto de al lado, ven!
-Ok, ok
Corrimos al cuarto, la niña había desaparecido, mi papá me dijo que me fuera a dormir y eso hice al llegar a mi cuarto escuche un grito desgarrador, era mi padre, en la esquina de su cuarto y en la otra esquina la niña con un cuchillo en la mano, yo no sabía qué hacer, de repente sentí un golpe y caí desmayado, amanecía al día siguiente pero ahora estaba en mi casa, mi padre tiene desde entonces una herida en el brazo como cortada de cuchillo, el dice que se corto cocinando y dice que lo que sucedió fue una pesadilla, pero yo no creo eso, un día iba a la tienda y encontré a aquella chica de la entrada de la cabaña mirándome fijamente.
  
 La  llorona

  
Era una noche de un domingo, mi hermano salió en busca de su novia Elizabeht,y para llegar hasta su destino con su novia tenia que recorrer aproximadamente 30 mns y tenía que pasar por algunas partes sola y escalofriantes tales como una huerta de limón grandísima y casi todo ese tramo se encontraba solo y callado ya que por hay no se encontraba ninguna casa hasta después de 15 mns . Al llegar al lugar de encuentro con su novia el llego y encontró a su amada en brazos de otro joven , al verlos  besándose y acariciándose el salió huyendo de ese lugar. Fue directo a tomar a desaogar su gran pena que sintió al ver esa escena , el ya no podía mas ,y tomo y tomo, hasta más no poder .
Ya de regreso a casa tenía que tomar ese recorrido el cual paso de día , y sin pensar que si regresaba muy tarde tendría que pasar por  ese lugar ,al ir pasando por hay había un poso de agua en la huerta de limón ,estaba como a 6 metros de ese lujar cuando voltio haber  hacia dentro por un alambrado de púas ,cuando vio a esa mujer que gritaba desesperada haaayy!!!!! mis hijos !!!!! …. El tomado y sin saber como reaccionar corrió desesperado ya que el faltaba como 15 mns para llegar a casa la mujer era blanca verdosa transparente y demacrada, no tenia pies y su cabello era negro y largo, su vestidura era como de 1940 esos vertidos color blanco amarillento se miraba que era Viejo, y le escurría mucha agua por todo su cuerpo. Al fin llego mi hermano a casa, llego agitado y muy asustado, después de que se calmo pudo contra lo que sucedió ese domingo a las 2:43 am .yo en ese entonces tenía como 9 anos pero recuerdo todo lo que sucedió en ese pueblo de Colima.


La  mujer  de  la  carretera

Se cuenta que por algunas partes del sur de México aparece una mujer sobre un caballo durante las noches, esta ofrece llevar a las personas que caminan por la calle.
Un día un par de hombres caminaba tranquilamente rumbo a su casas después de una noche de diversión con el amigos, de pronto se comenzó a escuchar como un caballo se acercaba pero como era de noche no se alcanzaba a distinguir bien el caballo, cuando ya este estaba frente a los hombres se dieron cuenta que una mujer lo montaba, ellos quedaron sorprendidos ya que la mujer tenía un cuerpo muy bonito, pero la cara no se lograba ver por la obscuridad y el gran sombrero que llevaba. La mujer ofreció a llevarlos a caballo, uno de ellos acepto inmediatamente, al subir al caballo y estar cerca de la mujer estaba levanto su sombrero y revelo su cara, la cual era una calavera, de inmediato el caballo comenzó a correr rápidamente mientras el hombre gritaba por el miedo, sin saberlo había regalado su alma.


 Algo anda  en  la  huerta

Ignacio y su esposa Mabel cenaban tranquilamente en la comodidad de su hogar. 
Un ruido repentino les llamó la atención, algo andaba corriendo por la huerta. 
- Debe ser un perro, espero que no me haya pisoteado las acelgas - dijo Ignacio. 
Salió a la frescura de la noche llevando una linterna en la mano. La luna llena 
Asomaba entre unas nubes alargadas, su luz plateada mostraba una visión limitada 
De la huerta, se distinguían los canteros de las verduras con los delgados caminos 
Que la dividían, pero bajo los árboles frutales caía negra sombra. 

Un ruido de ramas que se agitaban lo hizo caminar hacia los naranjos. Mientras 
Escudriñaba en sus sombras enfocó a un inmenso perro que cruzó al trote. 
Solo lo vio por un instante, el perro en veloz huída se escabulló entre los árboles y 
Se lo oyó alejarse de la huerta. Pero aquel instante fue suficiente para causarle una 
Fuerte impresión. En aquella fracción tan corta de tiempo el perro miró a Ignacio, y 
En su cabeza redondeada se notaron sus rasgos humanos. 
Ignacio entró a la casa con la cara pálida por el miedo. Su esposa, que aún cenaba 
No lo advirtió. 
- Era un perro, ya se fue - dijo Ignacio anticipándose a la posible pregunta de Mabel. 
Le mintió a su esposa para no asustarla. Lo que vio era un hombre lobo, con cuerpo 
De perro y cabeza humana, y en aquella cabeza humana distinguió el rostro de uno 
De sus vecinos. 


 La niña  del  panteón 


Hace ya algunos años un grupo de jóvenes platicaba cerca de un cementerio, ellos se encontraban tranquilamente fuera de una tienda, comenzaron a contar historias de miedo, hubo uno que llamo la atención de todos, ya que la historia había sucedido en el cementerio que se encontraba a unas calles, según la leyenda por las noches un hombre se aparecía en el cementerio y caminaba por el lugar.
Uno de los jóvenes reto a dos de ellos para que entraran al cementerio, ambos aceptaron, debían cruzar el cementerio, el resto de los amigos los esperarían del otro lado. Los jóvenes entraron pero pronto se perdieron, no lograban encontrar la salida, unos minutos después observaron como una niña salía de la oficina del cementerio, ellos rápidamente fueron a encontrarla y pedir direcciones, ella con gusto los guio a una de las murallas del cementerio, al llegar les dijo que ella siempre salía por ahí, los dos jóvenes se observaron y le preguntaron cómo salía si la muralla era alta y no había forma de que una niña la escalara sola, en eso la niña solo se rio y dijo que ella salía así, de pronto solo dio media vuelta y atravesó la muralla.







El  diablo  en  pañales 

Esta leyenda mexicana tiene origen en cercanías de Morelos, donde vivía una hermosa joven, pretendida por muchos hombres de la región. Ella se negaba constantemente a los pretendientes hasta que conoció a un enigmático jinete, que se ofreció a llevarla en su caballo hasta su morada. Luego de algunos días finalmente cayó rendida a sus encantos y se casó con el intrigante visitante.
La joven quedó embarazada, y el sujeto desapareció de la faz de la tierra, pero la gestación siguió su curso normal hasta los 8 meses cuando nació un hermoso bebe, algo extraño ya que era muy ágil y despierto. Al cumplir los 6 meses, se decidieron ir a bautizarlo por lo que su madrina era la encargada de llevarlo a la iglesia. Cuando iban camino a ese lugar y en medio de un río, una voz lúgubre salió de la boca del bebe diciendo – Madrina ya puedo hablar, ya tengo dientes, y te voy a matar-, tras lo cual asesinó a su madrina y desapareció en medio del agua….
Para los lugareños no quedan dudas que se trata del hijo del Diablo y que cada cierto tiempo suele aparecer por los caminos y haciendas, asustando a los seres humanos y a las bestias, incluso matando a varios de ellos.
La leyenda afirma que en los caminos rurales, suele oírse el llanto de un bebé y quienes lo recogen y lo alzan, sienten un tremendo dolor en su brazo, ya que el “bebé” los está mordiendo para luego desaparecer en forma misteriosa.





La  novia 



La chica observa la luna a través de la ventana, es la única iluminación que hay en la pequeña casita, todo el lugar está a oscuras, pero curiosamente ella no siente miedo, las lágrimas que corrieron por sus mejillas momentos antes se han secado, y sólo quedan un par de líneas oscuras como testigos de su melancolía, sobre sus piernas está recostado su novio, el amor de su vida, el único chico que ha sabido tratarla de entre toda la galería de imbéciles con los que ha salido, sus ojos, su sonrisa, sus labios, su nariz, ese hermoso rostro al que tanto ama, la mira con infinita felicidad, ella, sonriendo, observa a su novio iluminado por la luna llena, enternecida, acerca sus labios a los de él y lo besa, y ambos se dan un apasionado y tierno beso…
Meses antes de esto, la feliz pareja tenía problemas que podrían calificarse de insalvables, él había sido todo para ella, pero había (siempre hubo) un problema, no fue el hecho de que ella lo botó por otro en más de una ocasión, tampoco lo fue su vicio de andar persiguiendo experiencias nuevas, a costa de lo que fuera, tampoco lo era el hecho de que después de andar vagando de relación en relación, ahora que la chica sentía que la juventud se le escapaba rápidamente, quisiera regresar con él… o no, la verdadera razón (aunque las otras también pesaban) por la que él ya no quería verla ni tener relación alguna con ella era su maldita adicción a las drogas…
Pero ahora nada de eso importaba, luego de que él la rechazara, gritándole en medio de aquél centro comercial que dejara de acosarlo, que dejara de buscarlo, que lo dejara ser libre y hacer su vida, él había ido hasta la pequeña casita de la chica, y ahí habían podido, por fin, resolver todos sus problemas, ahora, nada se interponía entre ellos y la felicidad eterna…
Él fue paciente, intentó primero que ella reconociera que tenía un problema, y se ganó de esa forma sus primeros cuernos, ella le dijo que la dejara en paz y el chico obedeció, hasta aquella madrugada en que lo despertó una llamada de auxilio, la chica no sabía donde estaba, ni cómo había llegado ahí, ni mucho menos con quién estaba, pero si sabía que estaba aterrada y en medio del peor viaje de toda su vida, cual caballero andante, él fue a rescatarla, logró que la chica aceptara ir a rehabilitación, pero pocos meses después, ella se dio de alta sola, por unos cuantos días, el novio tuvo la vana ilusión (que siempre da el amor) de que ella ya estaba curada…
Ahora, los ojos de ambos no dejaban de mirarse, embebidos de amor, ella empezó a arrullarlo como solía hacerlo cuando dormían juntos, sonreía, y una felicidad inacabable inundaba su corazón, nunca pudo apartar los ojos de ese chico, él era su mundo, y ahora estarían juntos por siempre, la  chica le dijo:
- Te amo y siempre te amaré.- y gozó hasta el llanto cuando escuchó la voz de su chico contestar:
- Yo también…  Ambos siguieron mirándose sonreír…Con la segunda recaída, el chico le lanzó un ultimátum, y se ganó sus segundos y terceros cuernos, ella, convencida de que necesitaba libertad sin límites y que al lado de ese desabrido y aburrido muchacho no la encontraría jamás, optó por abandonarlo de nuevo y lanzarse a la aventura, cinco años pasaron de este modo, ella tropezó de relación en relación, de amante en amante, de droga en droga, de borrachera en borrachera… de vicio en vicio, hasta que una mañana se percató de su situación, la pequeña casita estaba ocupada por gente que ella ni conocía, todos los rincones estaban llenos de mugre y suciedad, la casa en general parecía abandonada y estaba llena de adictos, fue cuando se dio cuenta del horrible estado en que la había sumido su idea de libertad, fue cuando empezó a buscarlo, a pedir su ayuda, a pedirle perdón, a rogarle que le diera otro chance, que la ayudara a rehacer su vida, que no la dejara morir, porque sin ti, querido, voy a morir en menos de lo que te imaginas…
- ¡Deja de estarme fastidiando! ¡Estoy harto de ti, tuviste mil oportunidades y todas las echaste a la basura, estúpida! ¡Deja de acosarme! ¡Déjame hacer mi vida!...
- Pero mi amor, yo no puedo vivir sin ti…
- ¿Que no puedes vivir sin mí? ¿Cuántas veces me dijiste que no me necesitabas?, además, ¿Ya te viste en un espejo? ¿Ya te diste cuenta de la forma en que arruinaste todo lo bello que había en ti? – ella, al borde del llanto, dijo:
- Pe-pero…- ¡No quiero escucharte decir nada más! ¡Desaparece! ¡Lárgate de mi vida! ¡Ahora soy yo quien quiere ser libre y no volver a verte nunca más! ¿Qué te parece eso?...
Ella sabía, sin embargo, que todo era un error, y quería enmendarlo, de modo que mandó a una de sus amigas a que lo convenciera de visitarla, luego de una semana de estar ahuyentando a sus amigos adictos, y arreglando la casa lo mejor que pudo, esperaba poder convencerlo de darle una última oportunidad…Cuando el chico llegó hasta la casita donde había dormido tantas veces con ella entre sus brazos, de inmediato notó el abandono y la mugre que lo dominaba todo, se asombró de encontrar objetos que obviamente no pertenecían a la chica, abandonados como si sus dueños hubieran escapado de repente…La casa estaba iluminada por velas, ella estaba de pie, con los brazos detrás de la espalda, parecía una niña dispuesta a escuchar un regaño de sus padres, él siempre le había dicho que cuando adoptaba esa postura parecía una linda chiquilla traviesa y juguetona, era la misma postura que adoptaba cuando quería pedirle un favor a alguien, o cuando quería que la perdonaran, fue la misma postura que adoptó cuando se conocieron, cuando ella derramó su café por accidente sobre el traje favorito del chico, durante años sintió un intenso cariño al evocar esa imagen, ahora, en medio de la mugre y debido al estado de la chica, la imagen le provocaba ciertas dosis de asco y vergüenza, algo había, sin embargo, en la amplia sonrisa de la chica…Ahora los dos reposaban, ella seguía arrullándolo, todo estaba bien, ahora todo estaba bien, la chica lo miró a los ojos, habían platicado por horas, las velas se habían extinguido hacía mucho, pero ya todo estaba bien, lo miró a los ojos y dijo:- Ahora sí podremos estar juntos por siempre…- Así es mi amor, me di cuenta de lo mucho que me amas, y ahora podremos estar juntos por siempre...Y una profunda sonrisa, repleta de alucinada felicidad, cruzó el rostro de la chica, porque allí, en medio de la sala oscura y tenebrosa, rodeada de velas extinguidas, iluminada horrendamente por las luces de las patrullas, que, alertadas por los gritos, acaban de llegar al lugar, permanece sentada arrullando a su amado, un cuchillo descansa, manchado de sangre fresca y sangre seca, junto a su mano derecha, los policías que empiezan a entrar a la propiedad no pueden creer lo que ven, restos humanos por todas partes, los cuerpos de los “amigos” de la chica, que los asesinó cuando regresó de su último encuentro con su amado, en la cocina, con la cabeza destrozada y metida dentro de la estufa, yace el cuerpo de la amiga que había ido a buscar al chico, la había asesinado antes de que él llegara, estaba tan drogada que jamás se dio cuenta que había vivido rodeada de cadáveres en casa de su amiga durante una semana…Los policías se acercaron con cautela a la sala, donde la chica, empapada en sangre, seguía sentada arrullando el cuerpo sin vida de quien había sido el más fiel de sus novios, el único hombre que de verdad la quiso, la única persona en este mundo que de verdad se preocupaba por ella, en cuanto él llegó la chica lo había degollado, arrullando su cadáver por horas y horas, ahora la luna iluminaba la aterradora escena, los policías escucharon claramente a la chica, que acabó sus días encerrada en un hospital siquiátrico, mientras observaba arrobada los ojos muertos de su chico y repetía:
- Ya todo está bien… ya todo está bien ahora, amor… Te amo… ahora podremos estar juntos para siempre… juntos para siempre… por siempre…